Bien, ya está claro. Me han diagnosticado cáncer. Mieloma múltiple dicen que se llama, y además, para hacerlo todo más completo, es incurable…¡yuju!
A mi no me han dado a elegir. Nadie me ha preguntado si quiero tener esta enfermedad. Evidentemente, de haber sido así habría dicho que no, que no la quiero. Pero nadie me dio esa opción. Directamente me dijeron que la tenía. Que ya no había vuelta atrás. Que ya estaba ahí y que, aunque afortunadamente gracias al ‘maldito’ tropiezo se me detectó a tiempo y no había daños óseos importantes más allá del hombro derecho, estaba…la enfermedad estaba, me gustara o no, Y mi médula ósea no funcionaba como debía y había que pasar por el taller para cambiarla.
La idea no me seducía nada, pero ¿qué podía hacer? Tuve muy claro desde el principio que solamente había dos opciones: tirar pa’lante o tirar pa’lante, y eso me facilitó mucho mi débil capacidad de decisión porque esas dos opciones se redujeron a una, tirar pa’lante.
Y así fue. En los días siguientes a la confirmación de la noticia informé a la familia, informé a los amigos, y me di cuenta de cosas que no me esperaba, porque, como nos ha pasado a todos, la vida se encarga de alejarnos de los amigos por las preocupaciones, trabajos, familia, etc de cada uno. Pero en esos momentos me di cuenta de que los tenía más cerca de mi de lo que yo me imaginaba.
Y estoy seguro de que todos los que me leéis pensaréis que vuestra familia es la mejor del mundo. Y estoy seguro de que será así, pero también os aseguro de que mejor que la mía no es.
Mis dos hermanas y mis sobrinos desde el primer momento hicieron piña alrededor de mi y eso me hizo sentir mucho más reconfortado.
Pero lo mejor de todo es que ninguno me hace sentir enfermo, porque realmente no me siento así. Y me dejan vivir mi vida tranquilo. Y nunca me preguntan cómo estoy. En primer lugar porque yo siempre les informo de todo y, en segundo lugar porque saben que es lo mejor para mi en estos momentos. Si les necesito saben que les voy a pedir su ayuda.
Reacciones hubo de todo tipo. Desde mi sobrina Candela, quien al darle la noticia se echó a llorar y lo primero que me preguntó era si me iba a morir, hasta su hermano Quico que no tuvo nada mejor que preguntarme si mi enfermedad era contagiosa. A lo que le dije que era altamente contagiosa y comencé a tocarlo y echarle el aliento.
Mi sobrina Maria Eugenia me hace alguna que otra videollamada desde Luton, donde reside junto a su pareja Chris desde hace unos años y me comenta su día a día de su ‘marujeo’ en su casa con su cocina, su limpieza, sus gallinas que pone unos huevos hermosísimos… Y a mi se me cae la baba porque la veo feliz y eso es lo que me importa.
O mi sobrino Esteban, que me llamó y sorprendido me preguntó si de verdad tenía cáncer. Le dije que sí que era verdad, y su pregunta era esa porque estaba muy sorprendido de leerme en el grupo de whatsapp de la familia haciendo bromas sobre el tema mientras mi hermana Sandra me llamaba cariñosamente ‘canceroso de mierda’.
Y es que siempre he pensado que el humor es el complemento ideal de la vida. Sin música no se puede vivir, sin amigos y sin familia tampoco, pero sin humor… si se te acaba el sentido del humor date por jodido. Hay que reir y hacer reir todos los días. Debería estar prescrito por la medicina.
Entre esa convicción y que yo me seguía sintiendo bien y mi cuerpo me seguía respondiendo, no podía ser más que positivo. Y mi hermana María Eugenia se admiraba de mi actitud, y que con esa actitud todo iría mejor porque era muy importante estar así. Pero yo le respondía siempre que no se trataba de actitud. Que yo no me levantaba cada día mirándome al espejo y diciéndome ‘Pedro, tienes que ser fuerte’ ¡No! Es que me sentía fuerte. Es que descanso bien y tengo fuerzas para hacer mis cosas del día a día. Y que sigo quedando con mi amigo Vicente para salir a fotografiar. Y que sigo con mis 8 km diarios que han aumentado a un mínimo de 10 km.
Por eso mismo, sí, tengo cáncer, pero porque me lo han dicho. Si no…
Lo único que me lo recuerda es el brazo, que aún está limitado en su movimiento. Ya no me duele, pero desde el hombro hasta el codo lo tengo pegado al cuerpo y apenas lo puedo mover Y del codo a la mano sólo lo puedo mover de arriba a abajo. Pero sigo haciendo cosas con él. ¿Vivo limitado por la situación de mi brazo? No, vivo adaptado a la situación de mi brazo.
Limitado tiene connotaciones negativas, y no voy a permitir nada negativo en mi vida. Por eso mismo, tras una experiencia muy dolorosa de índole personal que no viene al caso aprendí que lo que no me sirve para sumar en mi vida, lo dejo de lado, cueste lo que cueste y desde ese momento supe que la felicidad de uno mismo se la debe procurar uno mismo, y si tratas de proyectarla en otra persona, llevas mal camino. No conseguirás ser feliz nunca.
Sé que sueno a libro de autoayuda, pero no puedo sonar de otra forma porque soy una persona afortunada a pesar de mi enfermedad. Afortunadamente existe una comunidad de enfermos de MM muy activa y muy en contacto con especialistas de todo el país. España es líder en investigación sobre mi enfermedad (quién lo diría con lo maltratada que siempre ha estado la investigación científica en este país). Los tratamientos son efectivos y cada vez salen nuevas vías de tratamiento que complementan o mejoran lo anterior. Y el personal sanitario que tenemos, igual de maltratada que los investigadores, es un lujo.
Además, el Hospital Clínico de Málaga es uno de los centros cuyo equipo de hematología, un grupo muy joven, es de los más considerados del país.
Solamente tengo el daño en el hombro, estoy asesorado por uno de los grupos médicos más efectivos de España, tengo una familia que no la merezco, tengo unos amigos que me mantiene el corazón calentito y me arropan. Tengo el mayor lujo que podría tener cualquier persona: tengo todo el tiempo disponible para mi. Para decidir qué hacer en cada momento. Y tengo un montón de proyectos y cosas por hacer en la cabeza. Pero, primero mi tratamiento. Ahora mismo ese es el centro de mi vida y, cuando lo termine con éxito, porque lo terminaré con éxito, no tengo ni la más mínima duda, me pondré a ello con todas las ganas e ilusión del mundo.
Con todo esto que os acabo de decir, ¿cómo me voy a sentir mal? Es imposible. Realmente me siento afortunado porque, si algo me ha dado esta enfermedad es claridad de ideas. No os voy a engaña. No soy el típico que dice que hay que vivir cada segundo con la intensidad de no saber si es el último. Aunque es verdad, realmente no sabemos si es el último, pero no es ese el caso. Sencillamente uno se da cuenta de que hay cosas que las prisas de antes no me permitían ver, que la felicidad la puedes encontrar en la situación que menos esperas. Sólo tienes que estar abierto a sentirla, y muchas veces te sorprendes de la estupidez que te puede hacer feliz. Eso sí, suele ser un pequeño momento. Hay que aprender a saborearlo.
Y, total, como decían mis admiradísimos Les Luthiers, no te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.