Lunes, 19 de abril de 2021. Fecha en que inicio mi tratamiento.
Tras una consulta con mi hematóloga el jueves anterior en la que me explica cómo va a ser el largo proceso por el que debo pasar para luchar contra mi enfermedad, me pregunta si quiero comenzar ese mismo día o esperamos al lunes. Y sabedor de que las grandes decisiones empiezan a llevarse a cabo los lunes, le dije que prefería hacerlo el lunes, día 19 de abril de 2021.
¿Por qué esperar? Varios motivos: en primer lugar, tenía unos días por delante para hacerme a la idea. En segundo lugar, estaba en medio el fin de semana, que no recuerdo si tenía algún plan, pero realmente no conocía las consecuencias físicas que me ocasionaría el tratamiento, así que, con plan o sin él, preferí pasarlo tranquilo. Y, por último, no me agobies…déjame mi tiempo y ya, si acaso, el lunes hablamos…
Ese fin de semana lo paso tranquilo, con comida familiar en casa de mi hermana Sandra el domingo con las habituales bromas hacia mi y mi enfermedad. Bromas que encajo encantado y además soy el mayor instigador.
Y no sólo soy el mayor provocador, sino que utilizo mi enfermedad como arma para chantajear a mis hermanas. Si sobra comida, métela en un tupper que me la llevo. Y, ¿¿por qué te la vas a llevar tú?? Muy sencillo, porque tengo cáncer y me tenéis que cuidar.
Tener cáncer es una mierda. Pero, además una mierda muy gorda, así que hacer de esa circunstancia un aliado al que sacarle provecho, y dar lástima siempre ha funcionado. No era gran cosa, pero mis hermanas cocinan muy bien y de paso me libraba de cocinar un par de días.
Pero el fin de semana se acaba y llega el lunes en el que comenzar una de esas grandes decisiones.
Antes de continuar, os explico en qué consiste mi tratamiento: se trata de 6 ciclos exactamente iguales: 4 inyecciones de bortezomib repartidas en dos a la semana (lunes y jueves), los lunes 40 mg de dexametasona y 21 días a pastilla diaria de lenalidomida 25mg.
Como habréis comprobado hablo de inyecciones, no de quimio por vía. Y eso lo ha hecho todo mucho más llevadero, porque era tan sencillo como llegar al hospital de día, recibir esa inyección, bien en el brazo o en la barriga, y ya a casa. Evitaba así tener que estar horas enchufado a una maquina con el gotero administrando la quimioterapia.
Así que ese día, temprano me coloco mis auriculares para que la música me acompañe y elijo algo alegre. Concretamente el disco de Bebo San Juan, alias de Emilio Aragón para editar un disco de música cubana. Ese ha sido mi banda sonora durante el tratamiento. Me pongo zapatos cómodos, y a dar un paseo hasta el hospital clínico que estaba a unos 15 minutos de mi casa caminando tranquilo.
Una vez allí, me pierdo entre los pasillos del hospital hasta que encuentro del hospital de día. Doy mi nombre, y me hacen esperar unos minutos.
¿Estaba nervioso? Sí, no lo voy a negar. Pero no nervioso por la inyección, porque eso ni me preocupaba, sino por las consecuencias de esa inyección. Siempre se oyen historias sobre los efectos secundarios de las quimios. Que si cansancio, que si dolores musculares, que si náuseas… Y no era miedo, pero era algo que aún no controlaba y me desconcertaba mucho.
En fin, recibo mi inyección y, lo que os he comentado, a casa de nuevo. Pero en el camino voy mentalmente analizando cada uno de los procesos internos de mi cuerpo por si siento mareo, dolor o algo que me perturbe. Puede parecer exagerado, pero mi única información era que me habían metido algo muy fuerte y a lo que se suele llamar coloquialmente “veneno”.
De vuelta a casa sigo escuchando la misma música que elegí para la ida, pero a la que ya no le iba haciendo ningún caso porque mi cabeza estaba en otras cosas. Y en esas que recibo una llamada de un teléfono que desconozco. Resultó ser el médico que me trató en la mutua y que aún no conocía el diagnóstico de mi enfermedad.
Y en esa llamada ocurrió uno de los momentos más absurdos de los que he tenido en muchos años. Y me encantaría que pudieseis oírlo de mi propia voz, porque de esa forma es como se aprecia la verdadera magnitud de lo disparatado de la conversación, pero intentaré transmitíroslo a través de la escritura porque os prometo que la conversación no tuvo desperdicio… ahí voy…
– Yo: ¿Sí? Dígame
– Médico: Hola, Pedro, soy (nombre) el médico que te vio en la mutua. ¿Cómo sigues?
– Yo: Hola, pues mire, ya tengo diagnóstico. Me han diagnosticado un mieloma múltiple, es decir, cáncer de médula ósea. Y de hecho acabo de salir de mi primer día de tratamiento.
Hasta aquí todo bien, porque el médico aún estaba pensando que se trataba de una lesión muscular en el hombro, pero de repente, lo que yo creía que sería la respuesta de un profesional de la medicina que me daría ánimos, sucedió algo que me dejó absolutamente fuera de juego:
– Médico: ¡Ay! ¡No me diga usted eso! ¿De verdad? ¡Uy, vaya por Dios! ¡Ay, ay, ay, qué mala suerte!
Al oír al ese pobre señor tan compungido, me dieron ganas de preguntarle… ¿¿quiere usted que le lleve un vasito de agua o algo??
¡Qué disgusto se llevó el pobre hombre! A ver, que entiendo que, además de médico es humano, y que una noticia así no le agrada a nadie, pero al que menos le agradaba era a mi. ¡Coño, que el enfermo era yo y resultó que tuve que ser yo el que le diera ánimos a el!
Tras esa llamada que me sirvió de anécdota que contar a familia y amigos, pasé el resto del día analizando paso a paso los procesos de mi cuerpo esperando eso tan gordo que les ocurre a los tratados con quimioterapia. Pero, salvo algo de agitación por la tarde, la verdad es que no sentí nada extraño, lo que me tranquilizó para afrontar las siguientes sesiones.
Pero, ¡ay!, más adelante llegaron sorpresas, y eso da para otro capítulo.