Me llamo Melissa Romero Cipollini, de 38 años, oriunda de Venezuela, Barquisimeto, Estado Lara. Madre de dos niños, Ricardo, de 10 años de edad y Alejandro, de 7 años de edad.
Antes de relatar lo que está siendo mi vida con MM, quisiera hablarle un poco de mí. Me dicen ingobernable, puesto que no hay quien me domine. En mi familia he tenido apodos como ‘la Toyota’. por lo resistente o fuerte que soy. Por otro lado, mis amigas y colegas dicen soy una ‘máquina’ que programé mi vida paso a paso por fechas como una computadora y luego he ido tachándolas.
A menudo, mi madre cuenta que el temperamento que me gasto nació conmigo y que ella se dio cuenta cuando yo tenía muy temprana edad. Ni siquiera sabía hablar pero ya era dueña de mis decisiones. Si algo de mi atuendo no me gustaba, no había poder humano que hiciera que lo utilizara, por ello, mi madre colocaba las piezas a mi alrededor para que con mi dedito indicara qué me gustaba, y eso era lo que se me iba a comprar o colocar. Así inicio mi vida y mis padres, muy conscientes de ello, han respetado mi independencia.
De mi nombre, Melissa, soy la antítesis de la planta que genera tranquilidad. Fui el dolor de cabeza de mi hogar. En una ocasión, temeraria, robé el automóvil de la casa con tan sólo 7 años. Obviamente lo choqué, cuestión que aún me recuerdan. Inventora de subir la bici al techo porque quería usarla allí. Siempre saltaba rampas, patinaba, etc. Luego, más grandecita, le agarré amor a los piques de asfalto y, posteriormente, a los fangueros, y no pierdo la esperanza de poder hacer skydive. Carecía de temor al peligro. Siempre digo que el que tiene miedo a morir que no nazca.
Soy abogado de profesión, especialista en derecho procesal civil, técnicas alternativas de resolución de conflicto y también profesora universitaria. Igualmente, soy músico católico y servidora activa en una parroquia de mi ciudad. Pertenecía a la selección de kickimbol de mi estado en los juegos nacionales de abogados, y también soy comerciante por el oficio que aprendí de mi padre en la tornillería.
Respecto a esto último, frecuentemente escucho que me falta un tornillo. Y tal vez sí, se me cayó y lo vendí para no ponérmelo nunca más. Así soy, feliz.
Mi vida con MM comienza en septiembre de 2022. A la fecha llevo un año y 2 meses diagnosticada, cumplidos 2 protocolos y un trasplante de médula ósea.
A veces he llegado a pensar que la enfermedad llega a mí como una dosis de humildad para mi autosuficiencia extrema. Vino a enseñarme que debo confiar en terceras personas, ya que no fue fácil para alguien como yo depender de otros. Siempre me sentí segura de mí misma y de mis capacidades. Todas las metas propuestas fueron alcanzadas en un país con tantas dificultades, por lo que me sentía satisfecha conmigo misma.
El mieloma me robó el ser. Ya no podía hacer lo que estaba acostumbrada como, por ejemplo, salir con un itinerario hecho a primera hora de la mañana. Acabó con mis ahorros y los de mis padres para cubrir gastos de la enfermedad, pero a fin de cuentas la vida no tiene precio.
Tuve que declarar el cierre temporal de mi negocio, salir de mi casa porque el dormitorio quedaba en la segunda planta y ya no podía vivir sola y, menos aún, teniendo 2 niños.
La enfermedad me inmovilizó durante 5 meses. Tuve que tratar de dormir sentada, y digo tratar porque las polineuropatías a veces, sólo con respirar, despertaba un nervio y aquello era como si un rayo me atravesara dejándome sin aliento. Recuerdo que le pedía a Dios que, por favor, yo quería dormir al menos 15 minutos profundamente.
Desarrollé emociones como la frustración. Cuando imaginaba, ‘hoy sí me voy a levantar y a hacer tal movimiento’, luego el cuerpo no me respondía. Se me fracturaron 7 vértebras y una costilla estando en cama. No podían ni rotarme para orinar por lo que aprendí a hacerlo en un envase de mayonesa y así no tenía que moverme. Pero me negaba a que me bañaran en cama y hacer otras necesidades en ella por lo que, con toda dificultad y dolor, a las 3 p.m mi madre se disponía a llevarme al baño. El recorrido eran escasos metros, pero tardábamos hasta 20 minutos en llegar.
Con todo su amor, me despojaba de mis vestimentas y recuerdo que el esternón parecía que se iba a romper de lo inflamado que estaba. Al quitarme la blusa, el relampagazo, como yo le llamaba, me dejaba sin respiración varias veces (entre esos baños salió la letra de la canción del mieloma). Mi cuerpo parecía un colador de todas las inyecciones que mi mamá me ponía para adormecer esos dolores. El estómago lo tenía de color berenjena por las inyecciones para subir la hemoglobina. No tengo animales pero me enfermé de herlichosis, la enfermedad de las garrapatas. Comencé a sangrar por el recto, orina, vagina, me puse muy débil y sentí miedo.
Sí, aquella mujer que no temía a nada, sintió miedo a morir. Estuve tres días inconsciente y lo último que recuerdo es que le pedí a Dios que no me llevara porque quería ver crecer a mis hijos.
Me hicieron una transfusión de sangre para subir la hemoglobina y hacer las quimioterapias, para las cuales, las enfermeras se trasladaban a la casa para evitar moverme mucho. Leí en el grupo de WhatsApp que, después de dos ciclos, los dolores disminuían, y yo contaba los días para que llegaran esos fulanos 2 meses.
Creo que el peor sentimiento que he tenido en la vida llegó tras esta enfermedad, y no es otro que la impotencia de no poder hacer lo que quieres. La verdad es que ha pasado un año y no hay día que no tenga dolor, sin embargo, aprendí a convivir con él. Me levanto a hacer lo que hay que hacer y a retomar mis actividades tal como las dejé. Nunca me pregunté por qué me pasó esto a mí, ya que no es cuestión de merecimientos, porque hay personas muy buenas en el mundo y padecen, quizá, mucho más de lo que padezco yo.
Aprendí a depender de Dios y de las personas. Tuve que hacer campañas para recolectar fondos para mi tratamiento, cosa que jamás pensé haría pero, como digo, la enfermedad llegó para darme una dosis de humildad y para aprender a confiar en terceras personas.
Mi mejoría es una victoria de todos: de las vecinas que iban a darme ánimo y la merienda mientras mis padres trabajaban; de mis amigos, que me animaban continuamente y, muchas veces, tuvieron que buscar a mis hijos al colegio y darles el almuerzo; el que donó dinero; el que oró para que el Señor tuviera misericordia de mí; el que me envió una canción, entre otras muchas más personas.
Pude darme cuenta de que algo bien hice en la vida para que las personas me apreciaran tanto. A mí, que mamá decía que para quererme había que parirme.
El pasado ya pasó y el futuro es incierto; con esta enfermedad aprendí a vivir el hoy, pero como yo soy yo y siempre tengo un objetivo que cumplir, el mieloma ha hecho que me fijara una nueva meta cual computadora que dice mi comadre que soy. Sólo que esta vez será vivir y con ello demostrar a quienes padecen que sí se puede.
Mi hermano menor decía cuando íbamos a los piques callejeros: ‘Melissa, mete primera y acelera. No vayas a frenar hasta llegar a los 400 metros. Si le sacas ventaja prende los intermitentes’, y acá estoy, recuperándome del TAMO para prender los intermitentes de la vida. Porque las batallas se ganan o se pierden primero en la mente, y yo no nací para ser perdedora. Mi tiempo sólo el creador lo sabe y acá estoy para aceptar su voluntad. Pero con la fe intacta de que me dará la victoria.