Desde el punto de vista de la psicología, el miedo es una emoción básica y natural que experimentamos como respuesta a una amenaza percibida o a un peligro real. Se trata de una reacción de supervivencia que nos permite estar en alerta y prepararnos para enfrentar o evitar situaciones que consideramos amenazantes. Sin embargo, cuando el miedo es excesivo o irracional puede convertirse en un trastorno de ansiedad como el caso de las fobias o el trastorno de estrés postraumático.
El miedo puede ser desencadenado por diferentes estímulos como situaciones peligrosas, traumáticas o estresantes y varía en intensidad y duración dependiendo de la persona y de la situación específica. Además, el miedo puede ser aprendido a través de experiencias directas o indirectas, así como también puede estar influido por factores genéticos y culturales.
Fuente: http://www.mentaltraining.es
Cuando hablamos de una enfermedad grave como es el MM que es el caso que nos ocupa, el miedo aparece acompañado de su fiel aliada, la incertidumbre. Desde los primeros síntomas, pasando por el largo proceso de tantísimas pruebas hasta que la explosión de temor final se produce cuando recibimos el diagnóstico.
Ser calificado como enfermo de cáncer es devastador para cualquiera y, en nuestros casos viene acompañado por el término ‘incurable’ y se le suma un nombre, ‘mieloma múltiple’, que en la gran mayoría de las ocasiones el paciente oye nombrar por primera vez.
Es en ese momento cuando todo explota, cuando uno se siente indefenso, cuando atisba el irremediable final de su historia, porque culturalmente, la palabra ‘cáncer’ está asociada a la muerte y nunca estamos preparados para que nos llegue ese momento, porque nuestra educación asocia la muerte con el miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a qué harán los míos sin mi, miedo a dejar una vida que a nadie le apetece abandonar.
Pero no es el único miedo que existe en nuestra enfermedad. Está también el miedo al tratamiento, a las quimioterapias que siempre hemos oído hablar como algo muy duro que trae consigo decenas de efectos secundarios insoportables. El miedo a que el tratamiento no funcione como debe, el miedo a la recaída, el miedo al trasplante. Miedos y más miedos.
Personalmente trato de tener siempre presente las palabras de una psiquiatra a la que tengo gran admiración, Marián Rojas Estapé que asegura que, según datos científicos, cuando nos encontramos en una situación angustiosa donde el miedo nos atrapa, el 91,4% de las ocasiones jamás ocurre aquello que imaginamos. Sin embargo, en el proceso hasta el desenlace nuestro cuerpo reacciona como si realmente estuviese pasando aquello que tanto tememos.
El miedo es libre. Cada uno siente miedo a diferentes aspectos de la vida y no es más que una reacción natural de nuestro cerebro para defenderse ante ataques reales o imaginarios en los que nos vemos envueltos, y en mi experiencia compartiendo historias con otros pacientes de MM me he dado cuenta de que esos temores van cambiando en función de cómo se va dando el proceso de cada uno.
En mi caso, mi miedo era a los efectos del tratamiento, sin embargo, a medida de que lo iba recibiendo y me daba cuenta de que mi cuerpo resistía mucho más de lo que imaginaba, ese temor se fue disipando y variando hacia otros aspectos de la enfermedad. Pero, por otro lado, conozco un caso en el que ese miedo está precisamente enfocado en los efectos secundarios. Se trata de una persona que conoce los procedimientos, que incluso conocía la existencia de la enfermedad antes de recibir el diagnóstico y que cada vez que recibe su quimio se echa a temblar porque los efectos que le produce son tan intensos que hasta se llegó a plantear abandonar el tratamiento. En este caso es normal que esa persona, estando en el periodo entre quimioterapias esté relajada y su miedo se vaya disparando a medida de que se acerca la fecha de su quimio.
¿Tener miedo es de cobardes? Absolutamente, no. Esas tonterías que se dicen sobre que llorar es de débiles, que hay que ser fuertes, la odiosa palabra ‘actitud’, etc, no son más que afirmaciones sin sentido puesto que todas esas reacciones son absolutamente naturales. Es muy fácil aconsejar desde fuera cuando el que lo dice no está pasando por lo que estamos pasando nosotros. Por eso, en mi opinión buscar apoyos, ya sea apoyo psicológico profesional o apoyo entre iguales, entre personas que estén pasando por lo mismo que tú para sentirse comprendidos, para no sentirse juzgados, para disipar esas dudas que nos causan temor es el mejor remedio, además de la opinión profesional de cada uno de los especialistas que nos atienden.
En el grupo de whatsapp que conforma nuestro Grupo Internacional de Personas con Mieloma Múltiple (GIPMM) observo cambios constantes en cada una de las personas que se atreven a incorporarse para buscar apoyo. Por lo general suelen entrar al grupo invadidos por el temor del nuevo diagnóstico ávidos de encontrar respuestas a esa cantidad enorme de dudas que tienen encima. Y es muy reconfortante notar cómo esas personas adquieren confianza y seguridad a medida que pasan los meses en los que sienten que están en un lugar donde ‘sus iguales’ ofrecen su apoyo y a medida que avanza el tratamiento y notan mejorías.
Por otro lado, cuando uno va recibiendo su tratamiento y, en mayor o menor medida tiene sus efectos secundarios y se da cuenta que son temporales y, por lo general, son soportables y, además de todo ello se dan cuenta de que se sienten cada vez mejor, el miedo también va disminuyendo. Porque nunca nos imaginamos cuánto somos capaces de aguantar.
Afirmaciones como ‘yo no voy a ser capaz de soportar todo eso’ o ‘el tratamiento va a poder conmigo’ son usuales y normales en los inicios de la enfermedad, pero siempre me quedaré con una frase que me dijeron hace muchos años: ‘que la vida no te dé aquello que realmente eres capaz de soportar’, porque es así, soportamos mucho, pero mucho más de lo que imaginamos, pero de nuevo el miedo nos limita. Es ese miedo el que nos provoca decir eso de que no vamos a poder y la sorpresa viene cuando observamos que sí podemos. Por eso, jamás hay que desear que la vida nos dé lo que realmente somos capaces de soportar porque si es así, será algo mucho más duro de lo que podemos imaginar.
Pero, al final de todo ¿quién es nadie para decirte que no debes tener miedo? Que nadie te diga qué y cómo debes sentirte en un momento tan duro como el diagnóstico de un cáncer.
Mi consejo es, no tengas miedo. Actúa, confía y ponte en manos de quien debes ponerte y verás cómo todo sale bien. Te lo digo por mi experiencia personal y por la experiencia de otros muchos pacientes a los que conozco. Pero si en ese camino necesitas llorar, llora. Si necesitas quejarte, quéjate. Si necesitas enfadarte, enfádate. Tienes derecho a sentir toda esa rabia que sientes.