Y, ¿qué significa eso? Pues os lo explico, al final del tratamiento se realiza un trasplante de la médula ósea. En mi caso se trata de un autotrasplante o, hablando con propiedad, un trasplante autólogo de células progenitoras hematopoyéticas. Si a ti te ha costado leerlo, imagínate lo que me ha costado a mi memorizarlo. Y, para realizar ese autotrasplante, en primer lugar me tienen que extraer las células madre de mi médula ósea para congelarlas y poder utilizarlas de cara al proceso final.
Eso es precisamente lo que significa aféresis, la extracción de sangre para que una máquina la centrifugue como si se tratase de una lavadora y separe los elementos que se necesitan. En mi caso, las células madre. Así que el procedimiento sería el siguiente: una vía en un brazo a través de la cual me extraen la sangre, esa sangre pasa por la máquina que se queda con las células madre, y una segunda vía en el otro brazo por la que me devuelven la sangre al cuerpo. Ese último es un detalle de lo más importante para poder seguir vivo, claro, porque si no me devuelven mi sangre, por muchas células madre que me saquen, de poco iba a servir.
Una vez explicado esto, nos situamos. Ya había alcanzado la mitad de los 6 ciclos del tratamiento. Mes de julio de 2021, con un calor tremendo. Mis pies dormidos hasta los tobillos que al andar parecía que iba pisando corcho porque apenas tenía sensibilidad en las plantas. Y, tras esa sensación, otra peor, la fascitis plantar que no me permitía estar de pie mas de 3 o 4 minutos seguidos o caminar más de 10 minutos sin sufrir un dolor horroroso.
En esa situación me comentan que, una vez terminado el tercer ciclo del tratamiento me realizarían la aféresis para poder congelar mis células madre de cara al autotrasplante, así que debía esperar a que me llamaran para acudir al Hospital Clínico.
Pasaban los días, pasaban las semanas y no me llamaban y, yo ilusionado pensando que como todo mi tratamiento iba muy bien, probablemente me dejarían descansar durante el verano, un verano especialmente caluroso.
Pues no. De nuevo mis ilusiones solo fueron eso, ilusiones, porque a mediados de julio me llaman para explicarme cómo iba a ser todo eso que me tenían que hacer.
Todo este proceso no lo hago con mi hematóloga habitual sino que me atiende otra doctora que es…digamos, una persona de carácter. Es de ese tipo de personas que te lo dice todo muy claro. Pero tan, tan claro que no te deja ni con la más mínima duda y si tienes dudas le preguntas con cierto miedito por la vehemencia con lo que habla.
Pero eso nunca fue impedimento para mi. Yo tengo claro que, si tengo dudas voy a preguntar, y no me importa lo vehemente que seas, porque de hecho me gustan las personas así, que hablen sin tapujos. Al pan, pan y al vino, vino.
Me explican que, en primer lugar me dan una quimio por vía y, tras esa quimio debo estar una semana inyectándome yo mismo dos dosis diarias de plerixafor (hoy la cosa va de palabras raras) siempre a las 7 de la mañana. Todo este proceso se debe a que las células madre de la médula ósea están, obviamente, en la misma médula y hay que estimularlas para que se acerquen a la sangre periférica, que es la que recorre nuestro cuerpo y poder extraerlas mediante la aféresis. Y, una vez inyectadas todas las dosis tendría que ir al hospital una mañana para la extracción de las mencionadas células madre.
Una vez recibida esa quimioterapia y tras haberme inyectado el plerixafor durante una semana me dirijo al hospital armado de paciencia para pasar entre 5 y 6 horas ‘enchufado’ a una máquina con una vía en cada brazo. Afortunadamente me acompañarían un hematólogo y un enfermero con los que charlar y que me harían más llevaderas todas esas horas que pasaría durante el proceso.
Pues bien, ahí empieza la odisea… Me presento en el hospital a la hora citada con la idea de que me coloquen las vías, me extraigan las células madre y a casa de nuevo. Pero nos encontramos con el primer problema: mis venas no son de fácil acceso. Para una simple extracción de sangre se las ven negras buscando una vena y lo mismo estaba pasando para colocarme las vías.
El problema radica en que para una simple extracción de sangre, con una pequeña vena ya es suficiente, pero para una vía en la que van a estar 6 horas sacándome y devolviéndome la sangre se necesitan venas más grandes.
Una posible solución era buscarlas con ecografía. Y las encontraban, pero no conseguían que saliera sangre. Y yo pensaba… ‘¡es normal que no salga ni una gota de sangre, si con todas las veces que me han hecho análisis ya no me queda ni una gota en el cuerpo!’
Ni con ese método fueron capaces de cogerme las vías, así que la única opción que quedaba era un catéter con acceso de entrada y salida. El problema es que ese método se realiza en una arteria y, por el riesgo que eso implica debía hospitalizarme ya que ese proceso se efectúa en la UCI, vigilando las constantes vitales, no obstante estaban manipulando una arteria, concretamente la arteria femoral que constituye una de las vías principales de nuestro cuerpo.
Y allí me veo, ingresando esa misma tarde en el hospital. Lo que era un proceso de unas horas y de vuelta a casa se había convertido en un ingreso hospitalario. Al menos allí estaría fresquito y atendido.
Al día siguiente, y con el catéter en la arteria femoral por fin me pueden realizar la aféresis. Y, como os he comentado antes, al menos estaba de charla con el hematólogo y el enfermero que me acompañaban. Así que aproveché para disparar una batería de mis habituales preguntas para saciar mi curiosidad.
Primera gran curiosidad: si la médula ósea está en el interior de nuestros huesos más grandes y el autotrasplante se realiza introduciendo las células madre como si se tratara de una infusión de sangre, ¿cómo se consigue que dichas células lleguen al interior de los huesos? La respuesta: ellas solitas saben dónde deben ir, tienen memoria. Es más, me explican que si me introducen células madre del corazón, ellas saben que deben ir al corazón, y si son del hígado, saben que tiene que ir al hígado. Conclusión: las células madre son más inteligentes que muchas personas que conozco.
Segunda gran curiosidad: me explican que es posible que al día siguiente tengan que ‘enchufarme’ de nuevo a la máquina de la aféresis. Todo depende de qué cantidad me extraigan en esa mañana. Lógicamente pregunto qué cantidad se necesita, y me dicen que se necesita un mínimo de 4 millones de células madre. Os podréis imaginar la sorpresa que me llevé cuando me dijeron tal cantidad. Pero la cosa no acaba ahí, porque no son 4 millones en total, sino 4 millones ¡por cada kilo que pese el paciente! Yo pesaba en ese momento 90 kilos, así que multiplicando haría falta un mínimo de ¡360 millones de células madre!
Por ese motivo tuve que permanecer un día más ingresado hasta que se supiera la cantidad extraída. A media mañana me visitó el hematólogo que me acompañó notificándome que no hacía falta una segunda extracción porque la cantidad que me sacaron fue de 5 millones 700 mil células por cada kilo, es decir, un total de ¡513 millones de células madre! No quise preguntar si me habían dejado alguna dentro por si acaso me llevaba una sorpresa.
Como ya no hacía falta extraer más células (dudo que quedara alguna dentro de mi cuerpo) me quitan el catéter y me dan el alta. Pero antes tenía que permanecer unas 7 horas más ingresado porque me taponaron y me pusieron un apósito muy grande en la zona de la ingle, donde introdujeron el catéter porque había que vigilar muy bien que no se produjera un sangrado interno, ya que de ser así sería peligroso. No hay que olvidar que la arteria femoral es una vía principal, y si hay hemorragia interna no sería ninguna broma.
Por fin pude irme a mi casa a descansar, y debía tener cuidado con el movimiento de la pierna derecha donde me introdujeron el catéter y esperar 3 días con los apósitos compresores hasta poder quitármelos.
Finalmente no tuve ningún problema para quitarlos, pero estaba realmente preocupado, porque os recuerdo que los apósitos son adhesivos y me los colocaron en la ingle. Os confieso que estaba bastante asustado a la hora de quitármelo porque me acojonaba la idea de hacerme las ingles brasileñas. Pero afortunadamente no ocurrió porque me metí bajo la ducha y poco a poco, con más miedo que cuidado fui despegando los apósitos de mi piel sin lamentar daño alguno ni proferir ni el más mínimo grito ni exabrupto.
Lo mejor de toda esta experiencia es que me recetaron una serie de medicamentos para combatir los efectos secundarios de la quimio recibida. Lo típico, medicinas para los dolores óseos y musculares y para las náuseas. Y no tuve que hacer uso de ninguno ya que dicha quimio no me produjo nada más que un leve dolor de cabeza la durante la tarde y algo de cansancio que se solventó con mi ya conocida facilidad para dormir. Solamente tuve que realizar una visita a la doctora por unos espasmos muy dolorosos en la zona de las caderas, pero eso se debía a que las inyecciones que me puse antes de la aféresis aumentaban la actividad de la médula ósea y debí tomar unas pastillas para evitar o minimizar ese dolor, pero no me quedó claro. Con un par de analgésicos desapareció todo dolor.
Y ya sí apareció la caída del pelo. Hasta ese momento noté que algo de pelo había perdido porque tras las duchas, con el pelo mojado veía más huecos de lo habitual. Pero tras la quimio previa a la aféresis, un domingo me dispuse a ducharme y cuando me estaba enjabonando la cabeza sentí un tacto extraño en las manos. Cuando miré, las tenía llenas de pelos y al observar el desagüe de la ducha, este no existía porque estaba cubierto igualmente de pelo.
Así que, al día siguiente llamo a mi amigo Andrés para que me hiciera un hueco en su peluquería y sin piedad me pasó la máquina dejándome al 0,5 en los lados y al 1 arriba.
Y, la verdad… me queda horrible, pero… ¡es lo que hay, y al que no le guste, que no mire!