El título de esta entrada os puede resultar extraño, pero de todo eso va lo que viene a continuación: Después de las dos últimas entradas en las que me he venido arriba con el optimismo (optimismo real y necesario), retomo el espíritu de este blog, que no es otro que relataros el proceso por el que he pasado con el tratamiento de esta enfermedad. Y ese título tan raro es un perfecto resumen de lo que os voy a contar.
Lo dejé en el final del segundo ciclo del tratamiento y con la maravillosa noticia de la remisión de la enfermedad en un 78%.
Después de dicha noticia vino el tercer ciclo tras el cual llegaría a la mitad de los seis ciclos programados (este es mi nivel de matemáticas, no me pidáis más). Y, la verdad es que no fue un ciclo especialmente duro. Ya no sé si no lo fue porque mi cuerpo se estaba empezando a acostumbrar al tratamiento, o que no me dio una especial reacción como en los ciclos anteriores.
Lo que sí notaba era algo que ya os comenté. Notaba cómo mi cuerpo ya no aguantaba el día como antes. Seguía sintiéndome bien pero no tenía la misma energía que al principio. Tenía que dividir mis días en dos partes con una siesta larga de por medio para poder llegar a la noche con cierta dignidad y no hecho un trapo. Y a esa disminución de energía se sumaba el inicio de un verano especialmente caluroso.
Y no es que me quejara solamente yo del calor que pasamos en el verano de 2021, sino que fue una opinión general. Calor insoportable que se sumaba a que, en esos momentos yo vivía en una casa que en esa época se convertía en un horno. En esa casa se concentraba todo el calor del barrio y, más concretamente en la habitación donde yo dormía.
No os exagero cuando os digo que había tardes que, al despertarme de la siesta veía sobre las sábanas la silueta de mi cuerpo en sudor. Y lo malo es que era un bajo, es decir, que estaba a pie de calle, y una calle estrecha además. Eso suponía que si abría las ventanas daba un espectáculo de lo más lamentable a todo el que pasara por allí, que podría ver una escena sumamente perturbadora de un tipo sudoroso, dormido como un ceporro, roncando y en paños menores.
Pues a eso hay que añadirle que el día de mi 51 cumpleaños (muy bien llevados, por cierto) tengo cita para la segunda dosis de la vacuna del COVID. Era un miércoles, y al día siguiente me tocaba ir a que me inyectaran la cuarta y última inyección de bortezomib.
En la primera dosis de la vacuna no tuve ningún problema. Tan sólo un dolor en la zona del pinchazo que duró unos días, pero nada más aunque en esta segunda ocasión sospechaba que no sería tan suave a tenor de lo que me contaban amigos y familiares que habían recibido la segunda vacuna antes que yo. Todos me contaban que les había dado reacción con temblores, frío y fiebre.
Sospechando que me podría pasar lo mismo decidí hablar con mi hematóloga y decirle que el día antes de la cuarta inyección de ese ciclo me pondrían la segunda vacuna y que, al escuchar las experiencias de los demás no sabía qué hacer si me daba reacción. No sabía si debía ir a recibir esa cuarta inyección del ciclo o no.
No sólo se trataba de si sería adecuado o no, sino más bien era que, si me daba fiebre no me dejarían entrar al hospital porque en la entrada hay un scanner que mide la temperatura de todo el que entra y si da valores de fiebre, por mucho que explicara que era consecuencia de la reacción de la vacuna no me dejarían pasar.
Incluso, en las mismas consultas de hematología, la enfermera de la recepción medía la temperatura de todos y cada uno de los que entraban con ese termómetro que te apunta a la frente como una pistola que parece que te va a meter una bala entre ceja y ceja.
Por cierto, un inciso… ¿a vosotros también os pasa que cuando os miden la temperatura con ese tipo de termómetros no sabéis hacia dónde mirar y tenéis la sensación de que os ponéis bizcos, o eso solo me pasa a mi?
En fin, que le consulto a mi hematóloga y me contesta que si me da fiebre era mejor que llamara por teléfono para avisar y se suspendía esa cuarta inyección. Afortunadamente, la buena evolución de mi enfermedad permitía prescindir de una de las dosis.
Pero a la mañana siguiente a la administración de la vacuna me desperté como si no hubiera pasado nada. El dolor en la zona del pinchazo como en la primera ocasión y nada más. Así que no vi ningún problema en ir al hospital a que me pusieran la cuarta inyección de ese tercer ciclo.
Y ahí me tenéis, con una bomba en mi cuerpo. Por un lado la segunda vacuna y 24 horas después una dosis de bortezomib. Pero, oye, ¡sin ningún problema! Me sentía estupendamente… hasta que terminé de comer…
De repente comencé a sentir temblores, sudores fríos, dolor de cabeza y, me veo a mediados de junio, en una casa muy calurosa, en una habitación más calurosa aún metido en la cama y tapado con un edredón nórdico hasta las cejas. Sudando como un pollo y temblando de frío.
De nuevo recurrí a mi bendita facilidad para dormir y me pasé toda esa tarde durmiendo, despertándome cada media hora para beber agua hasta que se me calmaron los sudores y, tras eso me empecé a despertar cada media hora para ir al baño y orinar toda esa agua que había bebido.
Por suerte la reacción me duró esa tarde. Al día siguiente estaba algo aturdido pero ya recuperado.
Lo que no se recuperó fue el entumecimiento de los pies. Me informé de a qué se debía eso, aunque mi hematóloga ya me advirtió de que podría pasar y supe que se trataba de una neuropatía provocada por el tratamiento, y que con el tiempo se iría calmando.
El problema era que en ese punto ya no era un ligero entumecimiento, sino una sensación de tener los pies completamente dormidos desde los dedos hasta casi el tobillo. Y era algo muy agobiante porque perdí prácticamente por completo el tacto de los pies.
Tras esa sensación vino algo peor. El entumecimiento desapareció, pero vino un dolor insoportable en la planta de los pies. A tal nivel que, con solo caminar 10 minutos iba corriendo a sentarme porque el dolor era como si hubiese estado 5 horas andando.
De nuevo me informé y se trataba de una fascitis plantar que no me permitía estar mas de 4 o 5 minutos de pie inmóvil. Caminando aguantaba algo más, pero de pie sin moverme era horroroso. Por lo que recurrí a los remedios caseros y a la búsqueda de plantillas que me ayudaran a sobrellevarlo.
No sé cuántos tipos de plantillas probé, y menos mal que no son caras. Y, remedios, ¡los hice todos! Congelar una botella de agua y hacerla rodar con la planta de los pies, masajearme los pies con cremas hidratantes o meterlos en agua fría enfriándola aún mas con cubitos de hielo.
¿Conseguí que desapareciera el dolor? Bueno… algo sí se calmó aunque solo fue de forma temporal… pero también conseguí un tremendo constipado por tener los pies en agua fría tanto tiempo. Si me permitís un consejo, si os pasa eso id a un podólogo. Justo lo que yo no hice.
A esas alturas mi brazo ya estaba casi recuperado consiguiendo una movilidad considerable teniéndolo operativo en un 75% aproximadamente, lo que también era una mejoría importante si tengo en cuenta que mes y medio antes apenas lo podía mover.
Los paseos diarios los trasladé a caminatas a últimas horas de la tarde por el Parque de La laguna porque en horas de sol el calor empezaba a no permitir estar demasiado tiempo en la calle hasta que, más adentrado el verano los tuve que cancelar por completo.
Lo sustituí por realizar un considerable esfuerzo (nótese la ironía) en acudir a la piscina y posterior cena en casa de David y Cris junto a Virginia. De nuevo los cuatro juntos y, espero que por muchos años más llenos de las habituales carcajadas. Ellos han sido y son los que nunca fallan.
Y, al finalizar el tercer ciclo debía esperar a que me llamaran del hospital porque el siguiente paso era realizar la aféresis. Es decir, tenían que llamarme para la extracción de las células madre de mi médula ósea para, posteriormente congelarlas y poder utilizarlas en el último proceso del tratamiento, que sería el autotransplante de médula ósea. Pero ya llegaremos a eso.
De hecho, en el momento en el que escribo este texto me encuentro a la espera de que me llamen para ser ingresado y realizar dicho autotransplante, pero debido a la alta incidencia de contagios de COVID durante la sexta ola (el famoso ómicron) el número de hospitalizaciones ha dejado a los hospitales sin camas disponibles y me consta que hay pacientes con más urgencia que yo que están siendo enviados a casa a la espera de hospitalización.
Pensé que la realización de la aféresis sería más o menos rápida, pero pasaban las semanas y no me llamaban e, iluso de mi pensé que, como el tratamiento estaba dando muy buenos resultados me dejarían descansar durante el verano…pero, no… no fue así… y eso ya lo dejo para otro capítulo.