No es nada nuevo para los que leéis este blog, y millones de gracias por hacerlo, así que podríais preguntaros, ¿a qué viene esta afirmación a estas alturas?
Pues es muy sencillo. Como ya os comenté en el post anterior, cuando uno piensa en cáncer imagina a una persona medio moribunda en la cama. Y, por desgracia hay casos así, pero también se puede llevar, soportar y aceptar esta enfermedad con dignidad, dándole toda su importancia, pero justo la que tiene y no más y, con todo eso llevar una vida aparentemente de lo más normal.
Pero, ¡ojo!, aparentemente, porque la procesión va por dentro.
Aunque el tratamiento no me haya sido excesivamente estresante. Aunque, como en mi caso biológicamente sea una persona fuerte y mi cuerpo acepte bien ese proceso teniendo ‘solamente’ algunos episodios de excesivo cansancio y entumecimiento en los pies, la procesión va por dentro.
Aunque uno sea mentalmente fuerte, use el humor como arma de defensa ante la vida, ría y disfrute haciendo reir… la procesión va por dentro.
Aunque pida a todos mis amigos que no me traten como a un enfermo porque no me siento así, que no acepto la condescendencia y me vea rodeado de amor y cariño de mucha gente, la procesión va por dentro.
Porque, aunque le doy esa importancia justa y suficiente que tiene y no más, esa importancia existe, y es mucha, porque no es una enfermedad cualquiera. ¡Es un puto cáncer!
Y mucha gente no entiende eso. Mucha gente no entiende el desgaste psicológico que eso conlleva. Día a día tienes presente en todo momento que dentro de ti hay algo que se denomina con una palabra que nadie quiere escuchar frente a un médico. Una palabra que hace relativamente pocos años, los médicos no se atrevían a decirle al paciente porque era algo tabú.
Una palabra que, cuando visité al traumatólogo en las pruebas previas al diagnóstico me dijo que la descalcificación del húmero en mi hombro derecho era una lesión tumoral, y a esa afirmación acompañó un ‘lo siento, tenía que decírselo’ y no fue capaz de mirarme a los ojos mientras me daba la noticia.
No estamos hablando de ninguna tontería. Repito, ¡es un puto cáncer!
¿Me estoy muriendo? Pues no y sí. No porque nadie me ha dicho ‘le quedan x años de vida’. Y, si me lo hubiesen dicho, ¿alguien me garantiza que voy a vivir esos años? No… nadie… Pero, a la vez, aunque suena muy feo muero cada segundo que vivo y me acerco más a mi final. Y eso es algo que nos pasa absolutamente a todos.
El gran valor de la vida no es aceptar que cada segundo vivido nos acerca al final, sino tomar todo ese tiempo como un regalo, una experiencia vivida y mirar pa’lante con ansias de que se acerquen todas las experiencias que nos queden por vivir. Y si eso no llega, pues mala suerte, pero mi mochila la llevo llena de vivencias, personas que me han enseñado lo que quiero y lo que no quiero, muchas risas, el haber cumplido sueños como el de subirme a un escenario con mi propio grupo de rock y haberlo hecho en varias ocasiones, ser curioso y aprender un poco de todo sin ser especialista en nada, tener dos títulos universitarios que no me han servido laboralmente pero me han ayudado a tener pensamiento crítico y autónomo, desarrollar mi parte creativa con el diseño gráfico y la fotografía, probar mezclas imposibles de sabores, disfrutar de películas, series, conciertos y obras de teatro, muchas conversaciones interesantes, viajes más cercanos y más lejanos que aportaron experiencias que están en el recuerdo, una familia que no tiene precio, unos padres que se desvivieron por darnos a mis hermanas y a mi lo mejor e hicieron el mejor trabajo que supieron hacer con todo el amor del mundo, amores y desamores, mi perro que me ha acompañado en tantos momentos difíciles y siempre fiel… En fin, tantas y tantas cosas preciosas (y otra muchas muy feas, claro) que han hecho de mi lo que soy ahora, para bien o para mal, pero aceptándome como soy y aceptándome con lo que tengo encima…¡que es un puto cáncer!
Porque es de perogrullo, pero para morir sólo hace falta estar vivo.
No pretendo ser agorero, pero nunca sabes cuando puedes morir. Ojalá sea lo más tarde posible, pero caer, vas a caer como han caído millones, en este preciso momento están cayendo y caerán cada día.
Por eso creo que tenerle miedo al cáncer es como tenerle miedo a la vida. Tener miedo de morir de cáncer es como tener miedo de vivir porque algún día vas a morir. Así que, si en ocasiones esta enfermedad te hace caer (tienes todo el derecho del mundo a caerte, no te culpes), levántate, sacúdete la mierda que se te ha pegado del suelo y sigue, porque no sabes qué te depararán los siguientes 5 segundos de tu vida.
Claro, cualquiera de vosotros podríais pensar que es muy fácil hablar así desde la posición en la que estoy, es decir arropado por una cantidad enorme de grandes amigos, arropado por una familia maravillosa y con muy buenos resultados en el tratamiento. Y tenéis razón, por eso en la página de inicio de esta web dejo claro que esto que estoy contando es mi experiencia personal. Cómo he vivido y estoy viviendo este proceso y que es algo que no pretende ser dogma de fe ni ley.
Pero, aunque pasé una infancia feliz a pesar de contínuos problemas de salud graves que ahora os contaré, aunque en 2010 sufrí un accidente doméstico en el que me quemé el 75% de mi cuerpo y pasé dos meses hospitalizado con una operación de injerto de piel incluída en la oferta, aunque he pasado por episodios laborales y económicos difíciles, todo eso me ha hecho más fuerte y me ha hecho ser quien soy ahora.
Y no solamente eso. El haber vivido experiencias con personas que me han aportado cosas muy buenas que me han enseñado mucho y otras que me han producido mucho dolor y también me ha dado sabiduría para afrontar los problemas de otra forma, han hecho de mi esta persona absurdamente positiva que soy ahora.
Pero aunque me veáis así, no todo ha sido fácil. Yo nací allá por el año 1970 con un problema físico del que nadie había oído hablar en ese momento: Síndrome de Crouzon (sí… yo no puedo tener enfermedades normales…). Que no es una enfermedad como tal, sino un exceso de calcificación en los huesos de la cabeza que no me permitirían desarrollar mi cerebro de forma normal. Las fontanelas estaban completamente cerradas y eso supondría que, al no poder tener un desarrollo cerebral normal, con los años irían fallándome funciones hasta llegar a la muerte a la edad de 14 o 15 años.
Afortunadamente, un amigo de mi padre vio en una revista un artículo que hablaba de un cirujano francés, el Dr. Paul Tessier, que estaba desarrollando una cirugía experimental con niños que, según palabras del amigo de mi padre, ‘se parecen mucho a tu hijo’, porque esa enfermedad nos dotaba de unas características físicas concretas.
Y, a la edad de 7 años, a París que nos fuimos.
El resultado no ha ido tan mal, porque hace ya 36 años que superé los 15 añitos y si estoy escribiendo esto es que ese proceso degenerativo se detuvo.
¿Qué quiero decir con todo este rollo que os acabo de soltar? Sigo con mi relato de autoayuda o de coaching, como se llama ahora. Pues que nunca sabes… Que por muy negro que te lo pinten todo, nunca sabes. Porque mis padres se sumieron en un estado de angustia inimaginable porque su hijo se moriría y, ¿qué pasó? Pues que, aunque siempre fui buen chico, les di bastantes quebraderos de cabeza como adolescente (mi perro se llama Golfo en honor a mis años de juventud).
Pero, repito, tengo cáncer. Y que, por favor a nadie se le olvide eso. Que nadie me juzgue que esté laboralmente de baja mientras salgo a comer o cenar con amigos, salgo a caminar y hacer las fotos con las que tanto disfruto, hago bromas, me río, me ves en una terraza de un bar tomando algo, charlando y riendo… no me juzgues. No pienses en ningún momento que, si puedo hacer todo eso es que no estaré tan mal. Porque te repito, en estos tiempos de avances médicos continuos, con mis condiciones físicas y el tratamiento recibido, afortunadamente puedo permitirme esos momentos.
Sólo te pido eso: no me juzgues, porque aunque me sienta bien y me sienta fuerte la procesión va por dentro porque, joder, ¡es un puto cáncer!