Recordad, son seis ciclos exactamente iguales con un par de semanas de descanso entre uno y otro. Descanso que se agradece porque, aunque lo estoy llevando bien el estrés existe y no sólo está el desgaste físico, sino también un desgaste psicológico, por lo que unos días de desconexión vienen muy, pero que muy bien.
Pero al inicio y al final de cada ciclo realizo una visita a mi hematóloga y son días especialmente duros, porque tengo que ir al Hospital Clínico un par de horas antes de la cita para hacerme una analítica de sangre con carácter preferente que la doctora tendrá en pantalla en el momento en el que me va a ver.
Debo ir en ayunas, por supuesto y estoy deseando terminar con la extracción de sangre para ir a una cafetería a desayunar. Y, como es habitual con mis auriculares escuchando algún que otro podcast a los que me he aficionado y hace la espera más llevadera.
Y siempre a la misma cafetería. No sé si será la mejor de la zona o no, pero es a la que fui el primer día de tratamiento y lo utilicé como rutina.
Y siempre el mismo desayuno: un zumo de naranja y un sándwich mixto (de jamón y queso, para los que no sepan qué es eso de mixto).
No soy especialmente maniático, aunque sí tengo alguna manía como todos las tenemos. Por lo general soy una persona que me adapto a los cambios, pero no sé por qué necesitaba que el proceso fuese siempre el mismo.
Eso es algo que me está pasando en estos momentos de tratamiento. Normalmente soy una persona que se mueve por impulsos y que, si me propones algo interesante no me lo pienso. Voy enseguida. Vamos, que soy lo que se dice uno que se apunta a un bombardeo.
Pero durante esta fase me estoy frenando mucho. Antes de tomar una decisión, sea cual sea, y tenga la importancia que tenga, necesito unos segundos o unos minutos para analizarlo, pensarlo bien y saber si quiero, me apetece o lo rechazo.
Y necesito que esté todo en su sitio, todo ordenado. Si algo se desordena me perturba. Cualquier problema me desconcierta y me agobia.
Bueno, que me voy por las ramas… Retomo la historia.
Lo peor de esos días es la espera de la cita con la hematóloga, porque no hay un día en el que entre a la hora citada. En cada una de las consultas entro entre una hora y una hora y media más tarde de la hora a la que me han convocado.
No lo llevo mal porque tengo paciencia y porque entiendo que, si a mi me gusta que me atiendan bien y con el tiempo que necesito tengo que aceptar que el resto de pacientes tienen ese mismo derecho.
Mi hematóloga no es una persona especialmente dicharachera. Con el tiempo la he ido conociendo y he sabido leer entre líneas y he llegado a entenderla, pero no ha sido nunca amiga de dar datos concretos.
Si le preguntaba cómo iba todo y ella me respondía ‘va muy, muy bien’, entendía que iba mejor de lo esperado, porque ese ‘muy, muy’ significaban buenas noticias.
En una de esas consultas, al preguntarle sobre el estado de mi enfermedad me contestó que la enfermedad iba muy bien. A lo que yo le dije que eso no me gustaba porque a mi me interesaba que le enfermedad fuese mal, porque eso significaría que yo iría bien.
Me miró por encima de la mascarilla durante un par de segundos y esbozó lo que parecía una ligera risa que me recordó mucho a Sheldon Cooper. Y ahí entendí que lo del sarcasmo no iba con ella…
Pero al iniciar el tercer ciclo me pidió una analítica más completa de lo habitual, con un análisis de orina 24 horas, que es toda una experiencia porque hay que orinar durante todo un día en una botella de dos litros (no una botella normal, obviamente. Es una botella especial para ese tipo de análisis), llevar una muestra e informar de cuánta cantidad has orinado. Tener esos datos haría saber si los riñones se han visto afectados por la enfermedad o no y, afortunadamente en mi caso nunca tuve ese problema. Así que le volví a preguntar…’doctora, ¿cómo va todo?’
Pero esta vez no me contestó el habitual ‘va muy, muy bien’, sino que me dio datos concretos. Y la sorpresa fue brutal porque me dijo que la enfermedad había remitido en un ¡78%!
¡Joder! ¿¿En serio un 78%?? ¡Es una barbaridad teniendo en cuenta que tan sólo llevaba dos ciclos de los seis que debía realizar!
Como podréis imaginar, la alegría era enorme y, si ya de por sí era optimista con el desarrollo de todo, con esos resultados aún más.
Y, sí. Siempre fui muy optimista. Pero como ya os he comentado no es algo impuesto. No me animaba cada mañana a seguir fuerte, sino que me sentía así. De hecho, muchas mañanas al despertar pensaba ‘joder, que tengo cáncer’. Pero no era un pensamiento negativo, sino de sorpresa porque descansaba bien, dormía bien (tengo esa suerte, duermo como un tronco) y para mi estado físico y mental, el tener cáncer era toda una sorpresa.
Quizá porque uno siempre ha pensado que el enfermo de cáncer está medio moribundo en la cama y, aunque por supuesto hay cánceres y cánceres y que es muy importante en qué momento lo detecten, mucho me temo que es una enfermedad cada vez más común y gracias a los maravillosos avances médicos, el enfermo de cáncer puede llevar una vida de lo más normal.
Siempre pensé que si algún día me decían ‘tiene usted un cáncer’ mi respuesta habría sido meterme 6 meses en la cama a llorar hundido en una tristeza difícil de superar. Pero no fue así. De hecho, desde que me dijeron que había sospechas de MM me sentí fuerte. Y no sé de dónde salió esa fuerza. No la busqué. Simplemente salió ella solita. Tuve claro lo de las dos opciones que se reducían a una: tirar p’alante o tirar p’alante.
¿Tener esta enfermedad me ha servido de algo? Pues definitivamente, sí. De mucho. Y, ¡atención, vienen topicazos! El primer tópico es que le estoy muy agradecido a la enfermedad porque me ha servido para saber qué quiero y qué no quiero en mi vida. Me ha servido para apartar definitivamente a aquellas personas que duelen, que hacen daño y que no aportan.
Ha servido para darme cuenta de que mi mejor y mayor arma de defensa es la risa, el humor. Que el humor es lo contrario al miedo y que ese miedo se combate con risas. Que nada tiene la importancia que le damos, sólo tiene la que tiene, la justa.
Ha servido para ser más feliz que nunca porque he sentido esa felicidad en las tonterías más grandes que os podéis imaginar. Y que esa felicidad te la tienes que procurar tú mismo, no proyectarla en nadie.
Me ha servido para apreciar el tremendo cariño de tantísima gente buena que tengo cerca aunque cada uno esté a sus propios problemas. Una familia acojonante (perdón), unos amigos acojonantes (perdón otra vez) y la atención, la preocupación y , otra vez el cariño de gente que nunca pensé que se preocuparía tanto por mi.
Y todo esto me ha abierto la mente de una manera impresionante. Ahora tengo una mayor visión de las cosas. Soy menos analítico con todo (menos con las reacciones de mi cuerpo) y soy más…pasota…la palabra exacta es pasota.
Me la suda (perdón por tercera vez) todo mucho más. No quiero problemas más allá de los que la propia vida te da con esa generosidad (entiéndase la ironía) que tiene con todos nosotros.
Siempre he sido muy peleón con la política. De izquierdas convencido, siempre estaba a la gresca con cualquier tema político y, ahora dándome cuenta de que me digas lo que me digas tengo mis principios y a estas alturas no los voy a cambiar prefiero evitar ciertos temas y dar la razón de los locos para que el de enfrente se quede contento y de paso me deje a mi en paz.
¿Más práctico? Sí, sin duda…
Y, total, como dice mi queridísima Asun: ‘la vida son tres días y dos tenemos la regla’. Bueno, yo no…sólo me faltaba eso…