Antes de comenzar, quiero pedir disculpas por tardar tanto en volver a publicar. Como muchos sabréis, desde el pasado mes de febrero, estoy trabajando de nuevo. Se acabó el impass de más de tres años obligado por la aparición del MM, y esa vuelta al trabajo, aparte de tener la satisfacción de haber superado con éxito una etapa muy difícil de mi vida, supone que tenga bastante menos tiempo libre, y el poco que tengo lo dedico a mis obligaciones en casa y algo de ocio.
Realmente, me siento una persona muy afortunada por poder volver a mi actividad diaria en plenitud de facultades físicas (de las mentales, mejor no hablo). En el trabajo me siento bien, puedo desarrollar mi vida diaria sin problema alguno y sólo acuso el cansancio lógico de los madrugones y el desarrollo del trabajo en sí, pero lejos de dolores y padecimientos propios de nuestra enfermedad.
Dicho esto, llevaba ya un tiempo reflexionando sobre algo que, en mi retorno laboral, he hablado en muchas ocasiones con compañeros de trabajo que se han interesado por mí. Os hablo de un pensamiento que existe tras el diagnóstico de una enfermedad grave, un accidente, y más concretamente de nuestro caso, el MM.
Al contar mi historia a mis compañeros, uno de los comentarios más habituales es ese que dice: ‘desde ahora vivirás la vida como si cada segundo fuese el último’.
Y no les falta razón. Es decir, es algo que es muy común pensar cuando le vemos las orejas al lobo y nos damos cuenta de que somos mortales. Porque en nuestra vida diaria, todo lo que les ocurre a los demás es sólo eso, algo que les ocurre a los demás, y no somos conscientes de que ese ‘los demás’ podemos ser cualquiera de nosotros en cualquier momento.
Y entiendo que, tras un diagnóstico como el nuestro, nos demos cuenta de que no hay tiempo que perder. Que la vida, un día cualquiera, te puede cambiar para siempre. Por lo tanto, habría que vivir cada segundo como si fuese el último.
Sin embargo, reflexionando sobre este tema, me doy cuenta de que es absurdo tener que llegar al extremo de una desgracia para pensar así. Porque no hace falta una enfermedad grave para que ese segundo sea el último. Podemos estar sanos como una pera, y un segundo después, todo al carajo. No es condición indispensable estar enfermos para que cualquier segundo sea el último.
Ya lo he comentado en alguna ocasión. Para morir, sólo hace falta una cosa: estar vivos. Y siento ser tan agorero, pero es que esa es la realidad. No está mal ser conscientes de algo así. Y no pretendo que, al leer esto te sientas mal, todo lo contrario. Lo que pretendo es que te tomes la vida como lo que es, una mierda, sí, pero llena de cambios constantes.
En lo personal, una vez reincorporado a mi vida anterior al diagnóstico, no siento un cambio radical en mi manera de vivir. Sigo haciendo lo que hacía antes, y sigo pensando lo que pensaba antes, por tanto, la enfermedad no ha producido en mi forma de ser ni en mi mentalidad ninguna catársis. Nada que me haya hecho explotar la cabeza para darme cuenta de que somos efímeros y que esa condición no está sujeta a sufrir o no una enfermedad.
La propia naturaleza de la vida es así. Somos mortales, y nunca sabremos cómo y cuándo llegará nuestra hora. Pero llegar, llega seguro. Obviamente, espero que lo más tarde posible, y de una manera lo más sosegada posible, pero soy consciente de que el momento llega para todos.
Ha habido cambios, sí, pero no los considero cambios radicales. En mi trabajo, ha sido muy habitual que compañeros y compañeras me hayan comentado que me notan diferente. Incluso alguno me ha dicho que me ve radiante, más vital que antes de la enfermedad. Y es cierto que, en el día a día me noto diferente en ciertos detalles.
Me importa todo un poco menos, le doy a las cosas su importancia justa, procuro no enfadarme más de la cuenta, soy más analítico en ciertos aspectos y procuro reírme más cada día. Pero todo eso no ha sido nada impuesto, sino que son características que he ido notando en mi día a día, siendo yo el primer sorprendido cuando lo comparo con cómo me tomaba las cosas antes de ser diagnosticado como paciente de MM.
No lo considero una nueva vida, ni nada que haya sido provocado por la aparición de un cáncer en mi vida. Quizá he ido evolucionando como persona hacia esa manera de sentir y pensar. O puede que sí. Puede que, el haber pasado por un trance tan traumático como la aparición de un cáncer considerado como incurable, haya hecho de mi esta persona, que no digo en ningún momento que sea una persona nueva, sino que soy el mismo, pero con detalles diferentes.
Porque la esencia sigue ahí. Para bien, o para mal, soy el mismo Pedro de siempre. Con mis muchos defectos y alguna que otra virtud, pero debo reconocer que he notado en mi manera de afrontar las cosas, una visión distinta a la de antes del diagnóstico.
No soy más valiente que antes, no soy más decidido que antes, no vivo mi vida improvisando, no me despreocupo de mi futuro. No existe en mi vida ese ‘Carpe Diem’ que muchos adoptan como lema vital en un intento hipócrita de justificar algunos comportamientos.
Ni presumo de emprender una nueva vida cuando lo único que cambia son ciertos detalles que nunca podría considerarse como cambio radical.
Sigo siendo el mismo cretino de siempre, pero con una ligera capa de despreocupación por la vida. Pero una despreocupación controlada.
Quizá relativizo algunas cosas más que antes, pero, como os he comentado, no sé si esta actitud es producto de la enfermedad, o una evolución natural en mi vida.
Y todo esto existe sabiendo que cada segundo de vida puede ser el último. La diferencia está en que antes creía que, para pensar así tenías que sufrir una experiencia traumática en tu vida, y ahora que la he pasado, me he dado cuenta de que es un pensamiento que debemos tener todos, haya enfermedad o no.
En definitiva, vive tu vida como quieras vivirla. Al fin y al cabo es eso, tu vida y sólo tuya. Y sé consciente de que eso que dicen de que cada segundo de tu vida puede ser el último es verdad. Y con esa información, haz lo que te parezca oportuno.