Realmente no sé si este área de los hospitales existe en todo el mundo, supongo que sí, pero de lo que estoy seguro es que en otros muchos países tienen una denominación diferente, así que, en primer lugar voy a explicar qué es eso de ‘hospital de día’.
En España, el hospital de día es un lugar habilitado en los hospitales para tratamientos de cualquier tipo que no necesitan de ingreso hospitalario, es decir, un lugar en el que los pacientes reciben su tratamiento y cuando terminan se marchan a sus casas.
Explicado esto, el hospital de día del área de hematología es el lugar donde se administran las quimioterapias de los diferentes cánceres hematológicos. Por todo ello, es el lugar donde a mi me administraron mis inyecciones de bortezomib durante los ciclos, donde me administraron la quimio anterior a la aféresis y donde actualmente me siguen administrando una vez al mes mi dosis de ácido zoledrónico, el famoso zometa, un biofosfanato para regular la hipercalcemia en sangre.
Antes de ser diagnosticado conocía la existencia de estos espacios en los hospitales, pero, aunque ya tengo un bagaje en experiencias hospitalarias en el pasado, nunca había sido usuario de este lugar. Y, la verdad es que cuando entré por primera vez me causó una fuerte impresión.
El hospital de día del área de hematología de mi hospital se divide en dos espacios. Al entrar te encuentras de frente con el mostrador en medio de la sala, que divide el lugar en dos segmentos, desde donde se atiende a los enfermos antes de asignárseles un lugar para que se les administre su tratamiento.
En un primer espacio, a derecha y a izquierda se disponen un sinfín de sillones azules con sus reposapiés y cada uno con sus perchas donde se colgarán los tratamientos de quimioterapia que le corresponde a cada uno de los pacientes que ocupan dichos sillones.
Sobrepasando la mitad de la sala y separando los espacios por una pared, se disponen también a izquierda y derecha una serie de camas para aquellos pacientes que las necesiten, igualmente dotadas de sus perchas para los goteros que les administren sus quimios y/o transfusiones sanguíneas.
Y todo ello rodeado de una innumerable cantidad de enseres necesarios para que los enfermeros y enfermeras puedan realizar su labor de una forma rápida y efectiva.
La primera vez que entré en ese lugar me sentí muy pequeñito, muy poca cosa porque me quedé impresionado al ver a tantas personas con un gesto a veces desolador tratando de sobrellevar ese tiempo y la situación que les había tocado vivir. Y poco a poco fui aprendiendo a distinguir quien se sentía anímicamente mejor y anímicamente peor con solamente observar sus expresiones durante el proceso de la infusión de la quimioterapia.
No es un lugar amable, es un lugar en que apetece poco quedarse más tiempo del estrictamente necesario, y yo tuve la suerte de que no necesitaba estar mucho tiempo allí porque, como ya sabéis mi tratamiento consistía en 4 inyecciones de bortezomib en cada ciclo, por lo que no tardaba más de 4 o 5 minutos en irme.
Sin embargo, aunque por lo que estoy contando parezca que se trata de una sala tranquila, es todo lo contrario, es muy dinámica debido al constante trasiego de las enfermeras y enfermeros, el celador que lleva los medicamentos que necesita cada paciente, la entrada y salida de los médicos, etc.
Y es un lugar animoso gracias a que ese dinamismo aportado por el personal sanitario va acompañado de palabras de ánimo constante, de celebrar la llegada de algún paciente al que ya conocen y saben sus nombres, al trato que todo este personal nos brinda siempre con una sonrisa y una empatía muy necesaria en un lugar como ese.
Sin embargo hay momentos duros. No todos los pacientes soportan las quimioterapias igual, y hay momentos en los que se producen reacciones adversas en algún enfermo. Yo pude vivir uno de esos momentos aunque tuve la suerte de no verlo directamente porque estaba en una posición que no me permitía ver lo que estaba ocurriendo, cosa que egoístamente agradezco porque me imagino que no sería agradable de ver.
Pero me sorprendió la rapidez con la que actuaron todos. Sólo hizo falta que una de las enfermeras alertara de lo que estaba ocurriendo para que el resto del personal reaccionara de inmediato y, como si se tratara de una coreografía milimétricamente ensayada cada uno de ellos hizo su función. Tal fue así que en menos de un minuto estaba el médico en la sala y la reacción controlada.
Y tras esa situación me di cuenta de algo, el ambiente no fue el mismo durante unos minutos. El dinamismo, el trasiego del personal sanitario y las bromas cesaron durante un rato. La preocupación por lo que acababa de ocurrir afectó al entorno y pude notar cómo muchos de los pacientes miraban con los ojos muy abiertos y, me imagino que alguno pudo pensar que eso le podría pasar también a cualquiera de ellos.
Pasados esos minutos todo volvió a ser lo mismo, aunque también noté cómo el personal sanitario tenía que hacer un esfuerzo mayor en animar el ambiente para relajar la tensión tras lo que acababa de ocurrir.
Con el tiempo te acostumbras a ese lugar. A medida que vas a lo largo del tratamiento aprendes a hacer un egoísta ejercicio de ir a lo tuyo sin mirar más allá de lo que necesitas. Conoces el nombre de los enfermeros y enfermeras, bromeas con ellos y vas al lugar que te han asignado sin mirar a tu alrededor nada más que lo necesario. En primer lugar, lo hago por mi mismo, por aquello de que ‘ojos que no ven, corazón que no siente’ y, en segundo lugar lo hago por respeto a los que están allí, porque a nadie le gusta sentirse observado y mucho menos en una situación como la que se encuentran en ese lugar.
Me siento en el sillón que me han asignado ese día y me aíslo en mi teléfono mirando redes sociales, atendiendo whatsapps o buscando información de lo que sea, pero cualquier cosa con tal de no levantar la cabeza más de lo necesario.
Pero es inevitable a veces mirar a tu alrededor y te das cuenta de muchas cosas. Recuerdo el caso de una señora, cuyo aspecto me llamó la atención, porque los pacientes suelen ir con ropa cómoda, sin embargo esta señora iba muy elegantemente vestida, no le faltaba un detalle. Y me fijé en su mirada por encima de la mascarilla. Sus ojos desprendían un sentimiento de horror. Los tenía muy abiertos y miraba a todas partes. Sin duda era la primera vez que entraba a esa sala. Y así fue. Las enfermeras la trataron con un cariño muy especial consolándola constantemente y fue cuando supe que era su primera sesión de quimioterapia.
Y viéndola a ella imaginé que yo actué de la misma manera el primer día que entré allí. Me imaginé mirando hacia todas partes, impresionado por lo que veía y nervioso por mi primera inyección de bortezomib. Pensando si me dolería, si no me dolería, si podría volver a casa sin problemas y, sobre todo con el temor de las consecuencias de ese pinchazo.
Y tengo que admitir que hay veces que me siento algo mal. Estoy bien, hago vida normal y allí hay gente muy jodida que llevan horas ‘enchufados’ a sus tratamientos. Y yo llego, trato de bromear con Paula, que es la que me suele atender, me pincha en el dorso de la mano y no paso allí más de 20 o 25 minutos que es lo que dura la administración del zometa.
Y tras eso, a casa, afortunadamente bien tratando de nuevo centrarme en mis cosas sin pensar en qué lugar he estado porque aunque los trabajadores sanitarios consiguen hacer de ese sitio un espacio lo más amable posible, no deja de ser un lugar en el que no apetece nada estar.
Muchas veces he tenido la tentación de intentar realizar un reportaje fotográfico en ese sitio, algo discreto, por supuesto. Un reportaje en el que no apareciera el rostro de ninguno de los pacientes, pero no me he atrevido ni a plantearlo, me causa muchísimo respeto y no quiero violentar a nadie. Es un momento muy personal en el que, estoy seguro de que más de uno preferiría que no fuese un espacio abierto sino que se pudieran individualizar cada uno de los habitáculos para resguardar su intimidad y no estar a la vista del resto de los que estamos allí, así que ni en sueños me atrevería a plantear aparecer por allí con mi cámara aunque me he sentido tentado de hacerlo.
Creo que, si se hace bien y de forma discreta podría salir de ahí fotografías muy interesantes. Me las imagino en blanco y negro, por supuesto, porque dotaría a la imagen de un dramatismo apropiado. Porque, por muy dinámico que sea, el hospital de día no es un lugar de color. Hay mucha dureza, muchos miedos, mucha tristeza y, sobre todo mucha incertidumbre.