Recordando, hace tan sólo dos años por estas fechas mi brazo derecho estaba dolorido, un dolor que empezó con unas molestias que me llamaron especialmente la atención un domingo que salí con mi cámara a fotografiar y cuando volví a casa esa molestia era más intensa y lo achaqué a que sería un dolor muscular que de tanto subir y bajar el brazo con la cámara se agravó. Pero pensé que no sería nada especial y que con un calmante estaría bien al día siguiente, pero no fue así.
Dos años después aún recuerdo gran parte de las fotos que hice esa tarde, una tarde de una luz intensa, de las que me gustan para buscar los contrastes de luces y sombras que tanto uso en mi fotografía. Una tarde de domingo en la que quise salir de la zona donde habitualmente iba a fotografiar y me fui a un antiguo balneario que existe en Málaga llamado ‘Los Baños del Carmen’. Un sitio con cierto aire romántico que ahora es un restaurante y en el que puedes tomar un café o una copa con los amigos mientras observas cómo el mar choca con los diques del muro que protegen el lugar.
Una tarde en la que mi moto se rebeló contra mi y decidió que era el momento adecuado para romper el cable del embrague pero que afortunadamente me permitió, no sin dificultad, volver a casa y poder llevarla al día siguiente al taller para sustituir ese cable. Porque mi moto siempre tiene la ‘bonita’ costumbre de darme problemas en fines de semana cuando el taller está cerrado.
Ya llevaba unas semanas en las que las molestias en mi brazo derecho me impedían realizar cosas tan cotidianas como abrocharme el cinturón del pantalón, abrir una lata o un bote o abrir una puerta teniendo que usar el brazo izquierdo para todas esas cosas. Pero era ‘sólo’ un dolor muscular, nada que unos calmantes no pudieran remediar. El problema estaba en que con el paso de los días ese remedio se volvió ineficaz y fue cuando decidí pedir cita con mi médico de cabecera.
El resto ya lo sabéis porque lo he contado aquí. Más calmantes, cremas para masajearme el hombro…pero nada de eso servía hasta que una tarde decido ir a urgencias y allí me dicen que se trata del manguito rotador. Baja laboral, calmantes, reposo y fisioterapia. ¿Mejoré? No, empeoré. Pero no empeoré porque los remedios que me recetaron no fueran los adecuados, sino porque el problema no era el manguito rotador sino algo mucho más serio.
Así me mantuve unos meses, en reposo, con muchos paseos, tratando de llevar adelante una vida lo más normal posible con un brazo prácticamente inútil, siendo el brazo derecho que es el más usado, a no ser que seas zurdo y yo soy muy raro porque soy diestro salvo en la escritura. Escribiendo soy zurdo, para el resto soy diestro.
Ahí es donde comienzan los cambios, o prefiero llamarlo adaptación a las circunstancias. Ante la dificultad para vestirme decidí comprarme pantalones de chándal que pudiese subir y bajar con un solo brazo y no me supusieran un problema a la hora de, por ejemplo ir al baño. Y ese fue un cambio que puede parecer una tontería, pero el que me conoce sabe que no es así ya que el chándal es una prenda que siempre he detestado. No soporto la imagen del dominguero paseando en chándal. No es que yo sea una persona que cuide especialmente mi imagen, pero sí considero unos mínimos, y el chándal es para hacer deporte o, como mucho para estar en tu casa con una prenda calentita y cómoda, pero no para salir con los amigos o la familia a pasar el día.
Otro de los cambios fue pensar siempre en hacer comidas en las que no hiciese falta el uso del cuchillo y, si no tenía más remedio porque necesitaba cortar algún pedazo de carne o pescado, usaba unas tijeras y hacía como le hacen las madres a sus hijos cuando son pequeños, tener en el plato la carne troceada para que el niño sólo tenga que llevársela a la boca o, en algún que otro caso, comer con las manos…bueno, mejor dicho con la mano porque realmente operativa sólo tenía una, la izquierda. Recuerdo ir a comer con una de mis hermanas y unos amigos y mi hermana era la encargada de trocearme la comida.
Por supuesto, lo de conducir era imposible, por lo que iba a todas partes andando, aunque eso no fue nada negativo porque, aparte del ahorro en gasto de gasolina fui perdiendo peso y ganando en fondo físico. Así que ese cambio fue positivo.
Poco a poco tuve que ir adaptándome a mi nueva situación, realizando cada labor con la mano izquierda. Y de esos meses se me ha quedado alguna costumbre porque al andar, el balanceo de los brazos me hacía daño y lo evitaba caminando con la mano derecha siempre metida dentro del bolsillo del pantalón y agarrándome al interior del bolsillo para evitar el balanceo, y eso es algo que inconscientemente sigo haciendo. Muchas veces, ya con mi brazo derecho completamente recuperado me he sorprendido andando con la mano derecha dentro del bolsillo.
Así iba transcurriendo mi día a día hasta que llegó una mañana de febrero de 2021 donde en uno de mis paseos habituales tropecé con una baldosas, sentí un chasquido en el hombro y un dolor de los más intensos que he sufrido nunca. De ahí a mes y medio después pasé de tener un problema en el manguito rotador a estar sentado en una consulta del área de hematología donde se me informaba que, lo que yo pensaba que era un dolor muscular realmente se trataba de un cáncer, concretamente de una enfermedad llamada ‘mieloma múltiple’ de la que jamás había oído hablar hasta ese momento. Para rematar la faena me cuentan que se trata de una enfermedad incurable.
A partir de ahí surgen los verdaderos cambios. Ya no eres el mismo. En tu cabeza se instala la palabra cáncer y de ahí ya no se mueve ni se va a mover el resto de tus días. Tratas de informarte, preguntas, surgen mil dudas, sabes que tu vida va a cambiar para siempre, a veces en pequeños detalles y otras veces en preocupaciones más grandes, pero existe un mecanismo que decidí emplear y que me sirvió para minimizar el impacto: hablar del tema. Hablé con mis amigos, con mi familia, con todo el que se interesaba por mi, y hablaba sin miedo, con total transparencia de cuál era mi enfermedad y cómo me sentía. Ese ejercicio de verbalización me permitió hacer de la enfermedad algo cotidiano y que poco a poco esa palabra tan temida perdiera su carga negativa.
Pero todo cambia porque vives alerta, vives con la incertidumbre a cuestas. Hace unos días estuve con un dolor extraño en una pierna y, en ese caso ¿qué es lo primero que se te viene a la cabeza? Pues que la enfermedad está ahí de nuevo. Y respiras tranquilo cuando descansas y te das cuenta de que al día siguiente el dolor ha desaparecido sin necesidad de tomar nada para calmarlo. Pero tu mente trabaja, elucubra desde la preocupación por la reaparición de la enfermedad.
A veces tienes que hacer un esfuerzo mental y de ánimos para seguir adelante porque, por muy bien que te lo tomes, por muy positivo que seas siempre hay un poso de preocupación, porque no es cualquier cosa, es un cáncer y no se trata de ninguna broma.
Piensas en que tendrás un tratamiento que sabes que va a ser duro, que te va a traer otras consecuencias físicas y anímicas añadidas aunque lo aceptes como parte del proceso por el que debes y quieres pasar porque hay que hacer lo que haga falta para que la enfermedad desaparezca. Pasas de días en los que estás eufórico y con fuerzas para todo a otros días en los que no tienes ganas de nada y, de nuevo hay que ser muy fuerte para saber que, al igual que los días buenos pasan, los malos también pasan.
Notas cómo tu energía disminuye y ya no puedes hacer todas esas cosas que hacías antes, que el cansancio te inunda y eso hace que veas las cosas desde una perspectiva más pesimista porque resulta muy frustrante aunque de nuevo sepas que es algo por lo que debes pasar e intentas racionalizarlo todo aceptando que es normal que estés así por el tratamiento que estás recibiendo y que ese tratamiento es el necesario para salvar tu vida. Con un tratamiento que su mayor dureza estriba en lo larguísimo que es y hay que armarse de muchísima paciencia con la esperanza de que durante todo ese tiempo no surjan problemas añadidos y derivados del mismo.
No hablo en ningún momento de que la vida te cambie para mal o para bien, no califico ese cambio de forma positiva o negativa. Sólo hablo de que la vida te cambia. Aunque no te sientas enfermo, aunque te resistas a incluir el término ‘enfermo’ dentro de ninguna de tus características, el caso es que realmente lo somos, y eso no quiere decir que sea algo malo sino algo que va incluido en el paquete de la vida.
Que levante la mano quien no tenga alguna patología, algún achaque por pequeño que sea… no veo a nadie…
Soy enfermo de cáncer justo desde el instante en el que un 25 de marzo de 2021 me lo dijo un señor con bata blanca y mascarilla en la consulta 8 de hematología del Hospital Virgen de la Victoria de Málaga. Y justo ahí cambió todo.