Entre todo el terremoto que viví entre los meses de agosto y noviembre con mi mudanza express en tan sólo tres días, el cuidado de mi tía, su fallecimiento, el diagnóstico de cáncer de mama de mi hermana mayor y la preocupación por enfrentarme de nuevo a otra mudanza sin tener muy claro dónde ir, pasaron cosas positivas.
Como ya os he comentado en muchas ocasiones, soy un gran aficionado a la fotografía. Concretamente, la disciplina que más me gusta es la fotografía de calle o street photography como lo llaman algunos en un intento absurdo de sonar más snob. Y supongo que me gusta ese estilo de fotografía porque siempre me ha encantado observar a la gente, ver sus gestos, analizarlos, investigar la forma de vestir de cada uno de los que pasan por la calle e, incluso desarrollar una vida imaginaria en torno a ellos en función de su ropa, su forma de caminar y lo que cada uno de nosotros damos a entender a los demás con nuestra actitud en general.
Porque definiciones sobre fotografía de calle hay muchas, pero yo me quedo con la que me dio una gran amiga, que definió este estilo fotográfico como ‘fotografiar la vida misma’. Porque a diario millones de personas pasan por las calles de todo el mundo haciendo lo mismo, pero cada individuo es diferente. Cada uno cruza la calle con un paso distinto, con una actitud diferente, o esperan la llegada del bus sentado mirando su teléfono, o charlando con su compañía, los que pasean a sus perros, el que va corriendo con cara de agobio porque llega tarde a algún lugar. Mil escenas y mil detalles que día a día se repiten pero siempre de forma diferente según la persona que realice el acto.
La fotografía me sirve de terapia. Ya me sirvió para abstraerme de grandes problemas en 2019 cuando empecé a dedicarme más en serio y a aprender la teoría fotográfica para saber qué estaba haciendo en cada momento y cómo controlar la imagen y la luz. Al tiempo que me empapé del trabajo de los maestros de la fotografía de calle como Cartier Bresson, Vivian Maier, Saul Leiter, Joel Meyerovitz, Robert Doisneau y tantos otros además de aquellos que tenían la misma afición que yo y a los cuales seguía en Instagram formándome así una base de datos mental que me sirvió mucho para ir desarrollando el estilo que me define…que aún no sé cual es, pero de eso se trata, de no parar nunca de aprender. Sea de quien sea. Desde el más famoso hasta el más anónimo.
Por cierto, ya que hablo de Instagram, si a alguno de vosotros os apetece ver mis fotografías sólo tiene que buscarme en esa red social. Mi perfil es @pedro_prados. Ahí publico mis fotografías y ahí las comparto con todo el que me quiera seguir. Un poco de auto publicidad no viene mal.
Pero también me ha servido para sumar grandes amigos a los que ya tenía. En primer lugar fue Vicente, una de esas personas que la vida te regala para hacértelo todo más fácil y de esas personas con las que conectas de forma tan inmediata que en muy poco tiempo uno tiene la sensación de conocerlo de toda la vida. Y, en todo ese torbellino por el que pasé entre agosto de 2021 y enero de 2022 se sumó Javi. Y, a partir de ahí formamos un trío fotográfico en el que no solamente compartimos afición si no en el que las risas están siempre presentes.
Javi es más joven que Vicente y yo y es un tipo muy inteligente, muy culto, gran conversador, con un altísimo sentido del humor y, lo que más disfruto de él, su elevado uso del sarcasmo y la ironía. Tanto es así que muchas veces me supera y eso me da una sana rabia, pero me encanta porque me obliga a tener la suficiente rapidez mental como para contestarle estando, al menos a la misma altura que él.
Además es un romántico de la fotografía analógica, la de carrete de toda la vida y, como yo soy un ‘culo veo, culo quiero’ pues también me he lanzado al uso de cámaras de las de antes, de las de no saber qué has fotografiado hasta que no terminas el carrete y lo envías a revelar.
Así que solo o en compañía, cada vez que puedo tomo mi cámara, mis auriculares para escuchar música, me meto en mi mundo y me olvido de todo concentrado en mi afición. Y, pensaréis ¿todo esto qué tiene que ver con el MM? Tiene poco y mucho que ver. Porque directamente con nuestra enfermedad no tiene relación alguna, pero sí con nuestra salud mental que es casi más importante que la física durante todo el duro y largo proceso de tratamiento por el que pasamos los que padecemos este cáncer o cualquier otro tipo de enfermedad.
Cuando me empecé a tomar en serio la fotografía yo estaba pasando por un proceso emocional inesperado y muy duro que no viene al caso y que no merece ni una mínima mención, y el concentrarme en aprender y en salir a fotografiar sin tener mucha idea de lo que hacía me ayudaba a calmar mi cabeza. A transportarme mentalmente a otros lugares, a concentrarme en lo que hacía o, más bien intentaba hacer. Y, no solamente eso, sino que ir escuchando la música que me apetecía me ayudaba a aislarme de todo. Caminar por las calles de mi ciudad durante horas buscando la imagen perfecta y así hacer ejercicio y generar endorfinas llegando a mi casa exhausto pero satisfecho y contento…hasta que descargaba las fotografías en mi pc y veía la porquería de fotos que había hecho…
A finales de octubre de 2021 recibí mi último ciclo de tratamiento previo al autotrasplante. A mediados de noviembre me hicieron un aspirado de médula para conocer el estado de mi médula ósea y, a finales de noviembre mi hematóloga me dio la maravillosa noticia de que los resultados hablaban de una remisión completa estricta.
Para que nos entendamos, hay varios estados o tipos de ‘cura’ dentro del MM, siempre teniendo en cuenta que se trata de un cáncer que, a día de hoy se considera incurable: la remisión completa, la remisión completa estricta y la enfermedad residual negativa.
Llegar a cada uno de estos tres estadíos depende de la profundidad de la ‘cura’, de la ausencia de células cancerígenas entre un número determinado de células, siendo la remisión completa la menos profunda y la enfermedad residual negativa la más profunda.
Así que no podía estar más contento, porque sin necesidad del autotrasplante había conseguido llegar a un nivel de recuperación muy alto. Aunque el llegar a ese estado no me libraba del trasplante autólogo, porque desde el primer momento me dejaron claro que el tratamiento había que hacerlo completo.
Sí, estaba contento, pero era una sensación agridulce por todo lo ocurrido en esos meses y, sobre todo porque mi familia y mis amigos estaban felices por la noticia pero a mi se me terminaba el chollo de dar pena y conseguir cosas chantajeándolos a todos con mi enfermedad. No se puede tener todo en la vida…
Por eso os animo de nuevo a intentar encarar la enfermedad de la forma más positiva posible. Si es necesario apoyaos en vuestro círculo más íntimo. La familia, la pareja, los hijos, los amigos, toda aquella persona que os aporten cosas buenas es esencial en el larguísimo y duro camino del tratamiento. Si además tenéis una afición, un hobby, sea cual sea, concentraos en eso. Os ayudará a aislaros y a olvidar durante unas horas que el MM o cualquier otra enfermedad existe en vuestras vidas.
Y si a todo eso le sumáis algo de ejercicio y música, mejor aún. Vale cualquier cosa, el ejercicio que vosotros podáis o queráis hacer y la música que os guste. Siempre debemos ser libres de elegir el tipo de vida que deseamos llevar pero con una enfermedad a cuestas tenemos más derecho aún a decidir cómo y con quien hacer nuestras vidas. Nutríos de todo aquello que os aporten cosas buenas y las cosas y las personas que resten, ¡al carajo con ellas!