De nuevo salgo del relato temporal de mi tratamiento, pero este post era necesario. Quizá uno de los más necesarios de todos los que he escrito hasta ahora.
En este momento me encuentro en casa tras haber pasado 21 difíciles días ingresado y aislado en una habitación del Hospital Clínico de Málaga donde me realizaron el ansiado auto trasplante de médula ósea. O, como se debería decir, el trasplante autólogo de progenitores hematopoyéticos.
Con el trabajito que me costó memorizar ese nombre tan largo y extraño permitidme que lo suelte de vez en cuando y que dicho ejercicio de memoria sirva de algo.
Ya llegará el momento de que os cuente con detalle cómo ha sido todo el proceso y cómo lo he recibido, sufrido y aceptado, pero dejadme que haga público a través de este espacio el enorme agradecimiento que les debo a todo el personal sanitario que me ha atendido en estos días.
No han sido días fáciles porque, aunque se me permitió llevar conmigo todo tipo de aparatos electrónicos que hiciera más amena mi estancia con series y películas, estar 21 días entre cuatro paredes sin poder salir y atado a un sistema de vías por el que se me administraba la medicación no es algo agradable para nadie.
He tratado de llevarlo lo mejor posible y con el mejor de los ánimos y sentido del humor posible, pero, repito, no ha sido fácil. Los niveles de ansiedad crecían día a día a medida que mi cuerpo se recuperaba y me sentía mejor pero sin poder salir de allí.
Y en todo ese tiempo, la amabilidad, el nivel de empatía, el cariño y la cercanía del personal sanitario ha sido esencial.
Desde la que iba a la habitación a limpiar o cambiar las sábanas de la cama, hasta los especialistas del área de hematología pasando por las enfermeras y auxiliares de enfermería y las estudiantes de prácticas. Todos ellos dejaban a un lado sus problemas personales para centrarse en mi, en el enfermo, en mis necesidades. Y ese es un lujo que tenemos en España y, no ser agradecidos sería injusto.
No voy a repetir la enorme suerte que tenemos en este país de contar con una sanidad pública envidia de muchos países. No voy a repetir lo injustamente tratados que están por parte de ciertos sectores de la política española que tan mal la consideran en beneficio del sector privado.
Lo que sí voy a repetir es que tenemos un personal sanitario que cierto sector político no se merece. Un sistema sanitario que, gracias a los impuestos de los que tanto nos quejamos nos salva la vida con tratamientos que, en mi caso necesitaría decenas de años para poder pagar y que me están salvando la vida frente a un cáncer que en otros países que presumen de ser adalides de la libertad si no tienes dinero, te mueres.
Y dentro de ese sistema un personal con vocación de servicio a los demás a los que tienen puteados con contratos temporales durante años y sin saber con un mínimo de seguridad su futuro a medio plazo.
Un personal a los que salíamos a aplaudir cada día durante la etapa más dura de la pandemia pero que, una vez pasado lo peor ya no reciben más aplausos y de nuevo echan a la calle o les hacen trabajar en condiciones lamentables porque ya se les terminó sus ‘contratos covid’.
Maite, Alicia, Paloma, Alfonso, Carlos, Leire, Antonio… son algunos de los nombres de esas personas bajo sus batas blancas que con tantísimo cariño y sentido del humor han hecho de mi estancia en aislamiento una experiencia lo más llevadera posible. Porque no sólo se han limitado a hacer su trabajo con el mantenimiento de la habitación, la administración de medicamentos y estudios de las diferentes analíticas que me han hecho, sino que siempre estaban con una sonrisa, un gesto amable y una delicadeza que para el enfermo es algo necesario y que es digno de agradecimiento.
Llegará el momento en el que os cuente con detalle todo lo vivido durante esos 21 días, pero hoy me sentía con la obligación y necesidad de decirles públicamente ¡GRACIAS!
Pero gracias no solamente a los que me han atendido, sino gracias a todas aquellas personas que día a día dejan sus problemas a un lado cuando entran a trabajar en los hospitales para proporcionar a los enfermos una mejor calidad de vida. Los doctores y doctoras, los enfermeros y enfermeras, los y las auxiliares, los chicos y chicas de prácticas, el personal de laboratorio, de limpieza, de cocina, celadores…todos aquellos que forman parte de la maquinaria de una sanidad pública que jamás dejaré de defender.
A todos ellos, infinitas gracias.